Se destapan de las piedras, bostezan y tropiezan,
salen a ver la luz cegados.
Durante la semana aparecen
como puñaladas,
puñaladas de felicidad.
De repente el mañana es sublime, esperanzador,
excéntrico, curioso. Nada corre peligro.
Como una espina al moverse
se siente, la sonrisa desaparece
asustada, nerviosa, evidente.
Nada es lo que parece,
el telón no anticipa la obra perfecta,
y no todo lo que brilla es oro.
Ocho horas más,
de neblina visceral.
Ocho horas más,
iconoclasta al accionar.
Ocho horas más,
espuma escrita al estallar
Ocho horas más,
solemnidad perdida desde el despertar.
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