domingo, 16 de febrero de 2014

La búsqueda eterna

Se aceleraba mi adrenalina, el bosque era un parpadeo constante de luces negativas y mi pulso aumentaba rápidamente. Sentía la presencia, los pasos largos detrás de mí pero el temor al sin fin inconcluso me negaba toda posibilidad de acción diferente a la que estaba ejerciendo, la de correr. Correr sin parar, desaforadamente con los ojos inyectados de atención a la pseudo-persecución que afirmaba estar llevando a cabo sobre mi cuerpo ya mojado de miedos.
El ritmo cardiaco había llegado a un punto en el que no había artefacto que detectara tal latencia jamás imaginada, mis piernas se movían en un modo metódico, automático y eventual; sobre mis manos se podían vislumbrar la caída de todas las falacias, paranoias y culpas en un mismo modo, en modo de lágrimas veloces.
A lo lejos, de algún modo divise una luz entre tanta negritud, una luz que quise creer que era la salvación, la luminosidad interna a un cuerpo tapado de temor y sucesos poco convencionales. Marche en pos de salvación, en virtud de negación a la rendición total de mis músculos. Corría queriendo acercarme a dicha luz pero cuanto más me acercaba, a pasos agigantados se movilizaba en contra mío y permanecía quieta al cabo de segundos hasta que yo quería volver a atravesarla. La utópica razón de querer llegar a una luz en pleno descampado repleto de árboles y tras la perspectiva difusa e ilusoria de sentir la persecución constante de una cosa inimaginable, sin forma ni modo de actuar, me desplaza por horas y días en este sendero irrisorio y a la vez temido en busca de salidas al desgano que me acecha para así de una vez sentir en mi piel la inimaginable luz que tanto espere.

domingo, 9 de febrero de 2014

Pardon me

Jamás lo voy a alcanzar, siempre está delante de mí. Negando la vergüenza que contrae y que acredita el gesto más profundo que obtengo, mientras un remolino de ideas brota y acaricia mi sendero eclíptico lleno de pensamientos. Todas las veces que mi comportamiento rozo suavemente los sauces del Hades y absorbió ese aire que abunda allí. Todas las veces que mis silencios amputaron tus ganas de hacer florecer el espectro que duerme fuera de mí.
El error de refugiarme en las palabras crea la duda de lo correcto y lo incorrecto. La verborragia como marca registrada siempre adelantándose a cualquier gesto o modo. Por todas mis formas de llegar a este coágulo de músculos perpetuados en la miseria humana, y la abolición de la gesticulación junto a las palabras, perdón.

La música

Así como me dispongo a navegar en los lagos remansos de lo neutral, de lo sereno, y manejar durante horas y horas mirando y sumergiéndome en lo que me muestra, también suelo penetrar los acantilados sauces de lo magnifico y arrollador, basándome en mi educación. A gritos desgarradores y lo grave que subyace en el género me hacen ser extremista y/o contradictorio.
Pero es que cuando algo atropella mi persona y la hace vibrar, sobresaltar, no hay nada que pueda yo hacer. ¿Qué culpa tengo yo si la música me posee día a día?

Ocho horas

Se destapan de las piedras, bostezan y tropiezan,
salen a ver la luz cegados.
Durante la semana aparecen
como puñaladas,
puñaladas de felicidad.
De repente el mañana es sublime, esperanzador,
excéntrico, curioso. Nada corre peligro.
Como una espina al moverse
se siente, la sonrisa desaparece
asustada, nerviosa, evidente.
Nada es lo que parece,
el telón no anticipa la obra perfecta,
y no todo lo que brilla es oro.
Ocho horas más,
de neblina visceral.
Ocho horas más,
iconoclasta al accionar.
Ocho horas más,
espuma escrita al estallar
Ocho horas más,
solemnidad perdida desde el despertar.