En el cielo se
disputan batallas imparables, impenetrables. El rey pide con firmeza la
abolición de la paz antes construida por años, sus guerreros van listos ya
frente a todo lo que se interponga para despedazarlo.
Una mujer recibe la confesión de amor por parte de quien siempre quiso que sea el hombre de su vida; felizmente su corazón parpadea, late con tanto fervor que ilumina el alma mojada que solía llevar a cuestas. El hombre, ya sin el peso del temor por la reacción de ella se lanza al encuentro amoroso junto a la misma y estrechan el beso y el abrazo sellador del festejo.
Los corazones se encienden de tal manera que los guerreros y el rey quedan obnubilados ante tantos destellos de pasión y fuerza vertida.
Yo, a miles de kilómetros más abajo, muy abajo, solo diviso luces y veo al cielo partirse con cada declaración de amor y guerra.
Una mujer recibe la confesión de amor por parte de quien siempre quiso que sea el hombre de su vida; felizmente su corazón parpadea, late con tanto fervor que ilumina el alma mojada que solía llevar a cuestas. El hombre, ya sin el peso del temor por la reacción de ella se lanza al encuentro amoroso junto a la misma y estrechan el beso y el abrazo sellador del festejo.
Los corazones se encienden de tal manera que los guerreros y el rey quedan obnubilados ante tantos destellos de pasión y fuerza vertida.
Yo, a miles de kilómetros más abajo, muy abajo, solo diviso luces y veo al cielo partirse con cada declaración de amor y guerra.
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