viernes, 31 de octubre de 2014

La Carretera

La carretera era un desierto de pavimento mojado y el vehículo se dirigía hacia el norte muy rápido, las ventanillas eran invadidas por miles de gotas que me miraban insistentes. Afuera, el viento sacudía las copas de los arboles al mismo tiempo que el cielo se partía con cada rayo.
Buscar entre ropas fue suficiente para descifrarme, el vértigo se erigía en mí mientras el limpiaparabrisas no daba a vasto y mi cuerpo temblaba incansablemente.
El humo de mi cigarrillo creaba cortinas grises en el interior, él no debía estar en ese lugar en ese momento, yo debía ejercer la acción de ese momento.



Siempre odié levantarme temprano para ir al colegio, no veía la causa de porque debía ser tan temprano, con el paso del tiempo entendí que lo que sobraba de aquel tiempo era para socializar y aprender en otro lugar que no sea un aula, de diferentes formas, de diferentes maneras. Mientras avanzaba mi edad descubrí mi primer amor y no era específicamente de carne y hueso, estaba hecho de notas, de acordes, de algo no tangible, algo que rondaba por el aire pero que no lo podía ver ni tocar, pero claramente si sentir. Se metía dentro de mí y me hipnotizaba largas horas.
La ausencia me hacía estallar de rabia, sentir miedo, sentir nudos en la garganta muchas veces duraderos, pero no hay nada que una cama y un nuevo amanecer puedan reponer.
 Después el secundario con las primeras novias, las peleas, los caprichos, y todas las mañas que pueda llegar a tener un adolescente y aún más. Al cabo de un año luego de aquella secundaria trastabillada con deslices y levantadas, me encontraba trabajando en aquella oficina, levantándome temprano, cumpliendo con el horario pactado, obedeciendo y hasta callando para no dejar de ser alguien. Pero mucho no duró, mi lengua filosa en aquella época rebozaba de angustia como lo hace hoy, pero más de bronca ante las injusticias y como yo en esa oficina incomoda no era nadie, no tenía un nombre, me despidieron. Con la poca plata que me destinaron me dedique a viajar buscando respuestas, obviando las palabras mayores y hasta despreciándolas. ¿Sabes que yo pude ver una masa trajeada consumiendo la Gran Vía, y me sentí el ser más ínfimo debajo de la torre Eiffel? Y, ¿Sabías que Venecia es aún más hermosa que en las propias películas? Regresé de mi viaje con algunas dudas aclaradas y con certezas que no eran certezas y florecían en angustias, pero como siempre, mañana cantamos otra canción y todo desaparece.
 Una vez instalado, solo como de costumbre, me vi amordazado, sedado, como obnubilado ante el dolor. Creía que había una capa transparente, una pared no visible que absorbía mis palabras más profundas y solo filtraba el orgullo. Siempre me dije a mi mismo que él nunca sentiría lo que siente mi corazón porque el orgullo y esa pared trascienden y la roca deja de ser una palabra y se convierte en un modo de vida, en una mutación inerte que caduca todas mis vivencias, todas mis acciones más sublimes y perfumadas para transformarlas en un objeto rugoso, grisáceo y sin vida alguna. ¿Cómo hacer que la sensación desaparezca? ¿Dónde se encuentra el martillo que rompe la piedra y sustrae el núcleo más preciado? Supe que las respuestas se encontraban a kilómetros, mi ciudad natal ya no era mi ciudad natal y mi casa, esa casa no tan mía no estaba tan cerca.
Me subí a mi auto y quise romper el muro adoquinado y estallar en un ferviente abrazo desgarrador mientras nos reiríamos de los miedos, del orgullo y de la presión que conlleva poseer un carácter totalmente igual. ¿Te dije que aparte de viajar y conocer el viejo continente, solía tener una casa, un auto, un perro y en verano hasta teníamos una pileta? Todo en tiempo pasado, sostengo que siempre conviví con el diablito a mi derecha transformado en angustia y nostalgia, pero lo llevaba, que se yo, es tan difícil mirar hacia atrás. ¿Ves estas líneas en mi cara y esta barba desdibujada? Antes no se encontraban.
 Toda mi vida tuve una batalla incansable contra el tiempo, cuando yo creía llevarle ventaja él me miraba y me devolvía arrugas en la cara, cuando yo me burlaba de él, me devolvía cada vez menos pelos en mi cabeza, yo sufría más y más el correr de las agujas, quería detenerlas por completo y quedarme inmovilizado un año o un mes como mucho. Y si fuera posible deseaba volver para atrás y romper dicha pared desde pequeño, pero ya era tarde.
Cuando me di cuenta que se estaba haciendo tarde el tiempo corría cada vez más rápido, me dispuse a salir apresuradamente subiéndome a mi único bien económico que me quedaba, un auto bastante destrozado, si, también por el paso de las agujas. Me subí al vehículo afligido y nervioso por lo que estaba por hacer, era la primera y única vez que me enfrentaría a un muro invisible pero más fuerte que cualquier pared de hierro. Disponía de cigarrillos que calmarían las ansias y en la campera llevaba aquel disco que me tranquilizaría un rato, la campera en el asiento de atrás y yo yendo bajo una lluvia escalofriante con rayos de por medio. Conducía con una mano mientras que con la otra a tientas buscaba el disco en el asiento trasero, el disco parecía haberse escondido entre la ropa cuando en cuestión de segundos comienza a escucharse la melodía sanadora y mis ansias parecían haber disipado, los nervios se veían sumergidos en falacias, mi cara gozaba del agua natural y todo mi ser tomaba suavemente un sorbo del sol que se filtraba entre las nubes.

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