La noche adyacente y solitaria anticipaba las grises y frías caricias en la piel, la tenue luz de un farol moviéndose, vibrando podía atestiguar lo que venía, al mismo tiempo la tranquilidad masticada era absorbida por los primeros soplidos y el cielo se expresaba como una pintura impresionista. El rechinar de las hamacas de la plaza vieja advertía presencia, hubo certificación viendo las copas de los arboles agitándose de un lado a otro.
Fuimos nada, somos nada.
La falta de palabras y el pecho cerrado amortiguaron el solsticio invernal dado que rebosaban los latigazos de un vendaval en otra muestra gratis de un invierno cerecedor de agua hasta el momento. Levanta vuelo y arrasa contra toda autoridad, contra todo margen que se oponga a su marcha plena. Las caricias cada vez más fuertes y el brillo que se cubría de una capa gris oscura hacían la presentación ideal.
Fuimos nada, somos nada.
Y en un sonido sordo todo cambió, la vieja plaza es mutilada por excesos naturales y mis ojos encarcelados de polvo que abre vuelo dentro de los mismos para quedarse un rato largo.
Sobre el lánguido estar exalta la figura sonora que aprisiona cualquier modo de interactuar, una ráfaga corre y corre levantando sus alas hasta penetrar lugares recónditos y hacerlos vibrar. Tempestad y negritud presente, todo cambio nada es igual... todo cambio.
Fuimos nada, somos nada.
Las más terribles aguas marchan en pos de destrucción, marchan y se posicionan en cada espacio de opresión donde nada ni nadie podrá detenerlas. ¿Cuántos fueron los gritos que quedaron flotando en el aire solitario? ¿Cuántas palabras fueron calladas? ¿Cuántos labios se inundaron?
Nuestras voces quedaron silenciadas ante aguas turbias que tomaron el control de una vez nuestras vidas.
Fuimos nada, seremos todo.
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