Todas las mañanas y las tardes para mí son iguales, a veces las diferencio y me pongo a pensar que hubiera pasado si yo avanzaba antes o después. No me inquieta absolutamente nada, no tengo compasión por nada ni nadie, es más, muchas veces tengo ganas de aparecer en el lugar menos esperado para generar algún tipo de incomodidad, total, ya estoy jugado, ya estoy a la deriva entre tantos como yo que avanzan listos ya sin piedad.
Esa mañana fría lo pude divisar desde lejos, cabizbajo con las manos en los bolsillos.
¿Cómo un ser con todas las posibilidades y virtudes podía encontrarse así? ¿Yo venía desde muy lejos para cruzarme con este ser? ¿La cotidianidad era esto? ¿Y nosotros somos los fríos?
Arraso a toda velocidad sobre todo, a veces descanso un rato pero ese día sentía que tenía un propósito, una tarea. Con bastante frecuencia suelo hipnotizarme en ventanas a contemplar la vida, los movimientos que ejecutan los racionales, los que tienen la posibilidad de elegir y pensar cada acción en este mundo tan desordenado pero que a veces nos reintegra una cuota de vitalidad para seguir un rato más, hasta sentir otra vez el golpe, caminar pisando vainas esquivando algarrobos hasta pincharnos con malezas que nos hagan bajar otra vez a la tierra, la sensación de descansar sobre otro terrón después de sentir las manos curtidas de tanta labor, como el caminar sobre praderas en el atardecer en busca de ese encuentro fructífero con el agua dulce y acariciar con nuestros pies el lodazal.
Claramente sentí que debía quedarme en él, debía darse cuenta de que su vida podía ser plena, estaba a tiempo de levantar cabeza, cambiar su apariencia, yo iba cegado a toda marcha al choque radical contra él. Comúnmente debe mirarme en estado descendente, debe pensar en la resignación de marchar en forma suicida, pero ¿Qué pasaría si resulta ser lo contrario, si se produjera una especie de espejismo donde un sujeto proyecta toda su vida en la imagen que le produce otra? Al fin y al cabo lo que importa es la apariencia y es más fácil mirar alrededor que a uno mismo, cuesta terriblemente mirar hacia adentro para buscarse en vez de silenciarse y perderse aún más en la oscuridad. Cuando al ponerse su campera me descubrió, ya era tarde, no sé si podrán cambiarlo, por lo menos no yo, me descubrió.
En la mañana del diecisiete de julio, un tal Lucas se dirigía desde su casa al trabajo, salió en remera ya que el periódico no advertía mal tiempo. Cuando salió pudo ver la lluvia frente a él, regreso por su campera.
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