Una gota despistada de su vuelo fugaz esquiva mi paraguas y colapsa frente a mi mejilla, me hace dar cuenta de que todavía reacciono a estímulos en mi cuerpo, que no solo soy fracciones de carne amontonadas, encimadas una sobre otra. Me hace entender que es necesario levantar la cabeza, pero no deambula la idea de arrancar la raíz de ese espinal que cada vez que se acerca septiembre clava sus hermosas pero malignas espinas sobre mi. Deja crecer, mutar, florecer para luego generar la filosa punta y adentrar muy profundo.
Identidad, la carencia de plenitud donde se esbozan los primeros latidos, luego la duda para desembarcar en un torbellino espiritual.
Mi cuerpo vibra latiendo a destiempo, mis palabras se cruzan y contraen fervor y la tinta brota de los poros en busca de limpiar la espuma blanca que nace en la garganta y termina cayendo desde mi boca.
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