lunes, 23 de junio de 2014

Btz


Siete horas y un descontrolado frenesí de nubes de algodón que me abraza en el límite de sal. Mientras avanzo, el trayecto ni siquiera puede anticiparme la luz, tiene su propio halo natural de eternidad.
Mi lengua no registra las cataratas de palabras volcadas por los transeúntes y las vías me hacen creer tan inerte.
A mi derecha miles y miles de diferentes hierbas me miran adormecidas, y a mi izquierda la nada, el horizonte infinito, temeroso, fugaz y enloquecido llamado comúnmente mar.

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