martes, 8 de julio de 2014

Bakea eta Askatasuna


Un cañón apunta hacia el centro de un puñado de ventanas y fachadas puntiagudas, y un cristo se alza sobre el verde monte vertical. Mientras desde abajo diviso un puente que conecta casas de colores surreales, novedades, calles anchas y juventud; de colores fríos, calles angostas y un lenguaje poco usual desde mi puerto.
Las piedras debajo de dicho puente y el estilo de casitas muy unidas me trasladan rápidamente al este, a los girasoles, que sin conocer puedo intuir una conexión inamovible con mi ser. Un sonido sórdido, frio, que se acerca y se va con violencia me rozaba suavemente para luego estallar en mis oídos con fuerza al mismo tiempo que mojaba mi alma que ya podía sentir la paz.
Luego, dos terrones inmensos de tierra habitada, separados por pocos metros donde por dicho agujero entran miles de kilómetros de agua, se abrían paso para dejar pasar la maravilla natural con toda su potencia abismal para terminar chocando, explotando, contra piedras huecas, piedras ya acostumbradas al roce de sal que tan bien le hace al alma con solo mirarla un rato y más aún unas largas horas...